PLANS
Reconozco que me he preparado algunas palabras para decir cuando esté, entre ‘A Song for Everyone’ y ‘Bergen’, quieto enfrente de mucha gente, lejos de casa y haciendo algo con lo que llevo soñando mucho tiempo, algo que para muchos es directamente insignificante y que para otros es también un sueño.
Al fin y al cabo es precisamente esto lo que decidí: Hacer todo lo posible por tener algo distinto, emocionante y especial que recordar cuando sea un abuelo cebolletas, y cuente mis historias a mis nietos mientras huele a magdalenas de mora recién hechas. Y no desprecio la vida apacible y segura que mis seres queridos querrían para mí, por supuesto que no. Pero no es lo que quiero. Creo que nunca lo quise; y afortunadamente no tengo muchos motivos para pensar que no sea posible recordar en el futuro lo que espero que sea una vida plena.
Conozco a demasiada gente que no tiene apenas ningún recuerdo que les haga temblar si no es por darse cuenta de que ya son viejos y que pasó todo hace muchos años. Conozco a mucha gente que sólo tiene un recuerdo que les quema cada mañana, y subliman sus frustraciones con recreaciones mentales y borrosas de lo que, por una vez les hizo felices. Algunos se inventan la memoria que necesitan para sentirse satisfechos con las decisiones erróneas que han ido tomando y que les han llevado a ser quienes son; otros simplemente dejan de buscar las causas y esperan que las pequeñas satisfacciones de cada día les llenen los bolsillos de destellos de felicidad somera que terminen por convertirse, a la fuerza, en la felicidad que buscaban, o que necesitan o que no les queda más remedio que aceptar.
Igual soy un jovenzuelo presuntuoso por pensar que yo he decidido bien y que aunque no me quede otra que aceptar que las probabilidades son escasas y las dificultades numerosísimas, invertir en esto todo mi esfuerzo, mi capacidad y mi talento es la única opción honesta con mis reflexiones futuras deseadas; y seguro que no faltan voces que me recuerden que ya me dijeron que esto no iba a funcionar, cuando no funcione, si es que finalmente no funciona.
Pero es que tengo mucho que ganar, y lo mismo que perder que si mi iniciativa se tratase de vender alfombras persas, o mi proyecto se basase en la venta piramidal de productos para el hogar. Tengo todo que ganar. Todo lo que me importa de verdad y todo lo que he llegado a saber que me va a importar cuando tenga cincuenta, sesenta y dos o setenta y siete años.
Por otro lado no falta la gente que menosprecia mi ‘plan’ porque considera que no es más que una excusa para no trabajar en algo serio, respetable. No sé, agente de viajes, o sí, esto sería perfecto, recepcionista de un hotel de cinco estrellas, de estos que siempre andan ocupadísimos atendiendo reservas de gente importante. Sí señor. Me gustaría poder hacer un balance real de las horas y el esfuerzo, físico e intelectual que supone tener un proyecto como The Baltic Sea. Poder ajustar de alguna forma mi esfuerzo desde hace años a El Plan General de Contabilidad y que pudiese imprimirse un estado de cuentas de lo que cuesta hacer lo que hago (yo y mi banda, y toda la gente que está como yo); lo que cuesta de verdad, no en dinero, sino en sudor.
Igual así cambiaban las cosas, pero bueno, es improbable que alguien dedique el tiempo preciso para esto. Tampoco es que me importe que nadie sepa lo que cuesta, en el fondo tampoco más especial que otras carreras profesionales, pero tampoco lo es menos.
En cualquier caso, acabamos de cambiarnos de local, estamos como unos recién casados en un piso grande y nuevo, y tenemos mucho que ensayar para todo lo que se nos viene encima, así que sólo nos queda divertirnos de aquí a un tiempo.
Hasta luego!
e.
Al fin y al cabo es precisamente esto lo que decidí: Hacer todo lo posible por tener algo distinto, emocionante y especial que recordar cuando sea un abuelo cebolletas, y cuente mis historias a mis nietos mientras huele a magdalenas de mora recién hechas. Y no desprecio la vida apacible y segura que mis seres queridos querrían para mí, por supuesto que no. Pero no es lo que quiero. Creo que nunca lo quise; y afortunadamente no tengo muchos motivos para pensar que no sea posible recordar en el futuro lo que espero que sea una vida plena.
Conozco a demasiada gente que no tiene apenas ningún recuerdo que les haga temblar si no es por darse cuenta de que ya son viejos y que pasó todo hace muchos años. Conozco a mucha gente que sólo tiene un recuerdo que les quema cada mañana, y subliman sus frustraciones con recreaciones mentales y borrosas de lo que, por una vez les hizo felices. Algunos se inventan la memoria que necesitan para sentirse satisfechos con las decisiones erróneas que han ido tomando y que les han llevado a ser quienes son; otros simplemente dejan de buscar las causas y esperan que las pequeñas satisfacciones de cada día les llenen los bolsillos de destellos de felicidad somera que terminen por convertirse, a la fuerza, en la felicidad que buscaban, o que necesitan o que no les queda más remedio que aceptar.
Igual soy un jovenzuelo presuntuoso por pensar que yo he decidido bien y que aunque no me quede otra que aceptar que las probabilidades son escasas y las dificultades numerosísimas, invertir en esto todo mi esfuerzo, mi capacidad y mi talento es la única opción honesta con mis reflexiones futuras deseadas; y seguro que no faltan voces que me recuerden que ya me dijeron que esto no iba a funcionar, cuando no funcione, si es que finalmente no funciona.
Pero es que tengo mucho que ganar, y lo mismo que perder que si mi iniciativa se tratase de vender alfombras persas, o mi proyecto se basase en la venta piramidal de productos para el hogar. Tengo todo que ganar. Todo lo que me importa de verdad y todo lo que he llegado a saber que me va a importar cuando tenga cincuenta, sesenta y dos o setenta y siete años.
Por otro lado no falta la gente que menosprecia mi ‘plan’ porque considera que no es más que una excusa para no trabajar en algo serio, respetable. No sé, agente de viajes, o sí, esto sería perfecto, recepcionista de un hotel de cinco estrellas, de estos que siempre andan ocupadísimos atendiendo reservas de gente importante. Sí señor. Me gustaría poder hacer un balance real de las horas y el esfuerzo, físico e intelectual que supone tener un proyecto como The Baltic Sea. Poder ajustar de alguna forma mi esfuerzo desde hace años a El Plan General de Contabilidad y que pudiese imprimirse un estado de cuentas de lo que cuesta hacer lo que hago (yo y mi banda, y toda la gente que está como yo); lo que cuesta de verdad, no en dinero, sino en sudor.
Igual así cambiaban las cosas, pero bueno, es improbable que alguien dedique el tiempo preciso para esto. Tampoco es que me importe que nadie sepa lo que cuesta, en el fondo tampoco más especial que otras carreras profesionales, pero tampoco lo es menos.
En cualquier caso, acabamos de cambiarnos de local, estamos como unos recién casados en un piso grande y nuevo, y tenemos mucho que ensayar para todo lo que se nos viene encima, así que sólo nos queda divertirnos de aquí a un tiempo.
Hasta luego!
e.